De pronto su mundo explotó. Vixen dio un brinco fuera de su cama, tomó su cinturón de herramientas y salió corriendo de su cuarto. En el espacio abierto, lleno de tuberías color cobre, oro, sombras danzantes y llamas color ámbar, ella comenzó a escalar. Su esbelta figura era perfecta para pasar por los espacios más pequeños, sus músculos estaban torneados por años de mantener la maquinaria, aun así con todo y su overol parecía toda una dama escalando por las tuberías con gracia. En sus quince ciclos de vida dominaba ese lugar.
Con gran rapidez sus manos encontraron el camino por las tuberías. Evitaba las tuberías sensibles, las malhumoradas o aquellas que ardían con rabia. Todo tenía carácter en Machina, el nombre con el que denominó su realidad. Otra explosión estremeció el lugar. Vixen se resbaló a pocos metros de la cima. En el aire parecía un gato ajustando su caída. Estiró un brazo, cogió lo primero que encontraron sus dedos y... Un dolor intenso le demandó soltarse. Era una de esas que arden con ira. La palma de la mano comenzaba a quemarse, no podría sostenerse mucho más. A su alrededor encontró un espacio vacío. Apretó los dientes tanto como pudo. Cerró los ojos y esperó.
Arriba en la ciudad de Eternia todos habían olvidado que existía Machina. Olvidaron la única razón que mantenía a la ciudad flotando por los cielos. Con la primera explosión las casas crujieron. Nadie dio importancia. Todos dormían, despreocupados, pero el aire estaba cargado de presagios. Si tan solo los Eternianos fueran más sensibles al mundo, escuchando las advertencias. Claro, si lo fueran, recordarían la existencia de Vixen y Machina.
Vixen luchaba por aferrarse, esperando el momento indicado. La palma de su mano se fusionaba con la tubería. De esperar demasiado sería imposible separarla. Pronto sería tiempo. Solo tenía que soportar el dolor unos segundos más. Segundos traicioneros que se convertían en minutos. Las paredes crujieron. Vixen se columpió. Todo Machina vibró. Ella arrancó su mano de la tubería. Un sonido fugaz escapó en la pared debajo de ella. Esperó demasiado. Sabía que debía haber aguantado el dolor. Cuando de pronto una nube de vapor la impulsó al otro lado del cuarto. Tomó de su cinturón a Garra, su confiable martillo. Extendió el brazo. Una tubería de hierro encontró el mango de Garra, Vixen se impulsó y cambió de dirección. Una intensa explosión robo la voz de todo el lugar.
En Eternia todo comenzó a levitar. La gente gritaba en pánico, algunos todavía dormidos despertaban al impactar con los techos de sus cuartos. Otros se aferraron a lo que podían. Uno que otro despareció en el cielo. Mientras Eternia en caída libre contaba con Vixen.
Enterrando el dolor bajo la importancia de su misión, Vixen escaló con agilidad. Al llegar a la cima, su cuerpo se despegó de la tierra. Con un rápido movimiento sacó una lata redonda, como un disco. Embarró su mano con pomada y descartó el intenso dolor de su piel regenerándose. Flotando en el aire, boca arriba, encontró el problema: Varias tuberías de hierro, exhalaban vapor. La presión del mundo de arriba las había reventado. Triste, Vixen se impulsó por los aires. Siempre era lamentable cuando algo perecía por el olvido de los de arriba, aun así ella se movió velozmente por el laberinto. Encontró las llaves. Abrió algunas, cerró otras. Poco a poco las cosas regresaron a su lugar bajo el peso de la gravedad. Una lágrima escurrió por la cara de Vixen mientras se disponía a cuidar de las demás.
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