La vida en un pueblo es algo curioso, todo el mundo te conoce y cree saber para qué estás hecho. Quién eres no se define por lo que quieres, se define por tus antepasados y por lo que hiciste cuando eras niño. Si se te ocurre retar estas creencias, solo te encuentras con un resoplido burlón o con un ja y una palmada en la espalda. Esto fue así para Axel, quien quería ser un gran soldado como su padre.
Su padre se había destacado en las guerras negras, cuando los humanos tomaron de vuelta las tierras de los orcos y goblins. El padre de Axel regresó al pueblo como un campeón, derrotó a grandes bestias y temerarios rivales, lo cual tan solo le había costado una pierna. Gran recepción que tuvo en el pueblo, ni una sola persona se atrevió a quedarse en casa. Todos se empujaban por escuchar los cuentos del héroe de la laguna negra, dejando sus platos y mesas atrás. Las festividades duraron una semana completa, pero la gloria duró mucho menos de lo esperado.
Amargado por las pérdidas de sus batallas, Dixon se volvió retraído e incapaz de ayudar con las tareas del campo el pueblo lo comenzó a ver con desdén. Su hijo y su esposa eran la única luz para Dixon, que pasaba los días buscando la sonrisa de ambos. Por el contrario, con la gente del pueblo este daba pocas señales de amistad, constantemente se encontraba en algún conflicto. De los cuales, la mayoría sucedían en la taverna, uno que otro borracho cantando las épicas del imperio. Dixon los callaba a gritos los cuales pronto tenía que defender un el puño que le quedaba libre. Ahí tullido y con la muleta debajo del brazo, dejaba a tres o hasta cuatro contrincantes con una paliza que recordaban por semanas enteras.
No tomo mucho tiempo para que el pueblo le diera la espalda, pero esto no cambió su actitud ante su familia. Para el tiempo que Axel podía caminar, Dixon ya solo se escapaba al pueblo para ahogar su amargura con unos tragos. El tabernero, su único amigo, ya había aprendido a cuidarlo y detenerlo antes de que comenzara a soltar golpes entre bricos de cojito.
Axel apenas comenzaba a hablar, cuando una legión de soldados llegó buscando reclutas. En la plaza del pueblo gritaban la grandes nuevas “Es hora de dar su apoyo al imperio, es momento de destruir el mal de una vez por todas”. Axel sacaba el pecho enorgullecido deseando ser parte de ejército, mas Dixon contenía la rabia en su rostro. Uno de los soldados reconoció al viejo. Se acercó a él y exclamó para que todos escucharan.
─Campeón de la laguna negra, es un honor. Seguramente aquí encontraremos muchos grandes héroes, después de todo, usted nació en este pueblo.
El respeto que mostraba el soldado lleno a Axel de orgullo, tanto que no pudo ver la cara de decepción en su padre. A lo lejos alguien gritó algo despectivo. Molesto, el soldado alzó el pecho y gritó.
─Este es uno de los grandes de las guerras negras, sin él, todos ustedes...─ Hizo un gesto con la mano para incluir a todo aquel que se encontraba en la plaza.─ estarán hasta el cuello de orcos. No hay un sola persona que no le deba su vida a este hombre.
El humor se tornó solemne, nadie se atrevió a cuestionar al soldado. Este se dio cuenta y prosiguió.
─Seguro este pequeñín será un gran hombre como usted.─ Tomó la cabeza del Axel y agito su cabello.
Antes de que Dixon pudiera quejarse o decir algo, el soldado se volteo hacia el resto del público.
─Es hora de enlistarse por el imperio, por el bien de la raza humana.─ Se incorporó con el resto de su tropa y Dixon sacó a su familia de ahí tan pronto como pudo. Esa noche él derramó una lágrima por todas las familias que pronto perderían hijos y esposos.
Mes a mes se repitió la misma escena. Una tropa llegaba buscando soldados al pueblo, un nuevo discurso cuidadosamente preparado para inspirar a todo aquel que se encontraba bajo el mismo sol que los fieles al imperio que luchaban por derrotar a la oscuridad que acechaba en las puertas de todos. No tardaron en terminarse las reservas de jóvenes, antes de terminar el año ya se llevaban a veteranos y mujeres.
La menor ofensa era excusa suficiente para ser arraigado al ejército, así fue para Dixon. Un día un par de soldados, tan jóvenes que no podrían haber conocido más de diez inviernos, tocaron a la puerta. En sus miradas Dixon se encontró con lo que más asco le producía, el orgullo de servir por la gloria, pero sin conocer la angustia de tomar una vida por el imperio.
No hubo preguntas solo una exclamación:
─Dixon, Alveriant Sixto, se le acusa de traición al imperio, por discursos en contra del bienestar de sus congéneres. Su pena es servir en el ejército hasta que termine la guerra o de su último aliento.─
Sin darle tiempo para responder lo arrastraron fuera de su hogar, Dixon volteo con una mirada llena de furia, mas se encontró con el rostro de su hijo, en la puerta preocupado. Dixon contuvo su ira y le dio una sonrisa orgullosa. Si el padre hubiera sabido que esa sonrisa hubiera sido tan mal entendida habría dejado su ira libre, abatiria a los soldados y huiría para poner a su familia a salvo, pero este nunca regresaría a casa. En su lugar, llegó una caja con sus pertenencias y una bolsa de monedas de oro. La entrega fue un evento digno de un Capitán, lo cual era raro, al final de cuentas, se le había acusado de traición.
Cada uno de los soldados presentes, viejos y jóvenes por igual, le debía la vida a Dixon de una u otra forma. Ahí delante de la plaza una gran procesión paso
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ReplyDelete¿Y luego? ¿Para cuándo el segundo capítulo?
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